No fuimos del todo conscientes mientras ocurría. Sí que puede ser que, entonces, en algún momento, se nos pasara por la cabeza que todo aquello no iba a durar más que un suspiro en nuestras vidas. Pero, aunque así fuese, era solo una sospecha a la que no hacíamos mucho caso, no podíamos, había demasiada luz. Es inevitable terminar dándose cuenta de que la consciencia, aunque nos acercar a la belleza, a menudo nos aleja de la felicidad, y, ¿quién cojones quiere belleza pudiendo tener felicidad? En fin, el caso es que ocurrió. Ocurrió que florecimos. No, mejor aún, ocurrió que fuimos primavera y que nosotros y todo lo que tocábamos florecía. O al menos así lo sentíamos nosotros, y... eso es lo que importa, ¿no? Qué bonito cuando la primavera te hace pensar que el invierno es imposible. Queda tan lejos... Pero es posible. Posible, real e inevitable, y pega tan duro como suave acaricia el sol de abril. Lo sabemos ahora que se cierne frío sobre nosotros, poco importa si agosto nos asfixia, a este invierno le importa una mierda el mes que corra. Ahora ya son marchitas aquellas flores que inundaron nuestro olfato. Y bueno, supongo que está bien así, que la flor no puede volver florecer sino a condición de morir primero, y en esas estamos. Ahora ya pasó, ya descubrimos la vida y, desde entonces, nos dedicábamos solo a ratificarla, a confirmarla, a revivirla y a asumir poco a poco, porque cuesta, su carácter fugitivo. Ahora el mejor de los casos es como lo que ya ha sido, pero sin ser nuevo. Y claro, hemos tenido que aprender a ser felices de una manera más humilde. Somos cazadores de momentos que nos recuerden que todavía, a pequeñas dosis, podemos ser. Hemos tenido que aprender a domesticar nuestros sueños. Porque morir no mueren, no se dejan matar, moriremos nosotros antes que ellos. Pero, incluso con el uso de la fuerza a veces, hemos tenido que domarlos, porque cortaban, y ya no nos quedaba mucha sangre por derramar. De la risa de aquella chica dulce que tanto me quiso, de la mía, ya solo queda el eco, que sigue resonando incansable en mi recuerdo. Y sí, duele, claro que duele. De los viajes con mis amigos hermanos, estrellas de mi vida, ya solo queda el regusto amargo de saber que fuimos invencibles y que ya no lo somos, de saber que un día fuimos viento y que ahora solo somos las hojas caídas del otoño, indefensas, sin sus ramas, ante la tormenta y los tormentos. Los mañanas de porros (no los hecho de menos, cosas peores han llegado), las tardes de estar por estar, las noches de parque donde el intenso frío desistía frustrado en su intento de pararnos. No tenía una hija mi hermana y yo no tenía miedo. No tenía que rendirme porque todavía no estaba cansado y la evidencia de la realidad y el paso de los años eran solo mitos que no sentíamos nuestros. Pero ha llegado la realidad y han pasado los años, y se nota en estos ojos húmedos y agotados que venderían su alma por dos segundos más de esa magia desbocada que habita ahora unos cuantos pasos atrás, atrás. El caso, que todo eso ocurrió, de eso estoy seguro. Descubrimos la vida, y fue precioso. Ahora ya solo la ratificamos, la confirmamos, la revivimos y, sobre todo, la reinventamos. Porque una cosa os voy a decir, la primavera va a volver. La llevamos dentro.
Ser nada deseando ser todo, esperando sin esperar. Me suena.
ResponderEliminarMe gusta. Me ha golpeado por dentro.
Un beso.
Gracias Ali Cia, gracias por decirlo. Un beso.
Eliminar"Somos cazadores de momentos que nos recuerden que todavía, a pequeñas dosis, podemos ser". Muy grande...
ResponderEliminarAquí te dejo mi blog por si le quieres echar un vistazo. Yo acabo de empezar a escribir: http://alquitranenloszapatos.blogspot.com.es/
Saludos
Brutal. Me ha encantado, de verdad, es precioso.
ResponderEliminarAunque leerte siempre es un placer.
¡Un abrazo enorme!